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Notas sobre capitalismo y prosperidad

El capitalismo es un modelo económico que plantea que el dinero es el instrumento de intercambio más eficiente y su acumulación (ahorro) se convierte en capital, el capital es a su vez uno de los muchos recursos necesarios para emprender proyectos que generen riqueza utilizando la interacción del mercado como equilibrio entre la oferta (S=Supply) y la demanda (Q=Quantity).

Resulta que el mercado es capaz de autorregularse – teóricamente- porque existe un interés de obtener beneficios por parte de los agentes en su actividad comercial que les obliga a competir contra sus pares. Los vendedores buscan vender al precio más alto posible y los compradores buscan comprar al menor precio posible, se asume que llegan a un acuerdo que fija un precio (P=Price) conveniente para ambos.

El estímulo de generar cada vez mayores riquezas hace que los empresarios re-inviertan parte de sus ganancias en los distintos factores de producción. Uno de esos factores es el Trabajo o Mano de Obra (L=Labor). Al contratar más personal, más gente tendrá más dinero proveniente de su salario (W=Wage) para comprar productos que satisfagan sus necesidades, por lo tanto es posible – aparentemente- ganar más, y lo anterior es un estímulo adicional para los empresarios, quienes orientarán sus esfuerzos para hacer que aumenten las ventas, aumentar la producción, mejorar los procesos, tecnificar, etc.

A medida crecen las industrias, éstas impulsan a otros sectores que pueden ser complementarios, sustitutos o indiferentes, lo que hace que más gente esté empleándose continuamente y los recursos van y vienen cambiando de un sector a otro, sosteniendo el crecimiento, generando focos de desarrollo. En fin, un círculo virtuoso.

Eventualmente y a medida que el mercado sea eficiente logrará generar riquezas para todos y es aquí cuando deberá resolverse el problema de asignación de los recursos, procurando que sea lo más justa posible hasta que todos logren disfrutar de los beneficios. Si no alcanza, el esquema se repite hasta conseguirlo (idealmente).

Sabemos que en nuestras sociedades democráticas, el Estado es quien constitucionalmente regula el mercado, se encarga através de sus instituciones de la recaudación fiscal, de las tasas impositivas, de las normativas legales para disposiciones de carácter laboral, conflictos mercantiles, etc. Todo esto se realiza – o debería realizarse- de manera consensuada, hartamente discutida entre los diferentes sectores involucrados y respaldados por la opinión pública donde los medios de comunicación ejercen un rol fiscalizador para garantizar la transparencia y libertad de información.

El gobierno por su parte hace aquellas cosas que las empresas privadas no tienen obligación (ni el interés) de hacer, y se preocupa por administrar y distribuir la riqueza en forma de obras de beneficio social, salud, educación, alimentación, vivienda, infraestructura, etc.

El modelo no es malo, ha demostrado ser exitoso bajo ciertas condiciones reforzado en parte por el compromiso social gubernamental, un sentido de justicia de los empresarios, a la presión social de un pueblo exigente con formación crítica y a los medios de comunicación como fuentes generadoras de opinión por excelencia en base a un profesionalismo que busca la verdad y la expone de manera objetiva.

Lo malo de aplicar un modelo capitalista de corte neoliberal en un país como El Salvador es la falta de voluntad del gobierno, de sus instituciones y de sus autoridades para actuar acorde a la ley, apegados a derecho y esto es simplemente porque son políticos que deben su oficio principalmente al oportunismo y a las ambiciones personales antes que a los beneficios de país y que por lo tanto han encontrado una forma de vida en cuanto a sus ingresos que están interesados en perpetuar y pasan enfrascados en luchas ideológicas permanentes con los grupos de oposición que posiblemente proponen cambios estructurales en la forma en que se conduce la gestión pública, cosa que podría ser provechosa.

Otra razón por la que no funciona es porque hay demasiados empresarios voraces faltos de toda ética de lo justo y sin ningún interés de aportar soluciones a los problemas del país.

No funciona porque los medios de comunicación en su mayoría están «amañados» e instrumentalizados como el más ordinario de los subalternos para favorecer intereses económicos de los partidos políticos que conducen el gobierno y para favorecer sectores empresariales que «premian» este comportamiento a sus más fieles lacayos.

Finalmente, no funciona porque la masa no tiene el nivel educativo ni la formación suficiente que ocasione un movimiento representativo de presión que pueda exigirle cambios significativos e inmediatos a sus gobernantes.

El tiempo pasa y el mundo cambia, las instituciones no se fortalecen con la misma velocidad con que ocurren los cambios sociales (Huntington), las expectativas crecen y vienen los problemas. Si al licuado salvadoreño le agregamos la fruta enferma de la coyuntura mundial, la proclama resentida de un líder religioso identificado con la derecha, un candidato opositor que representa la esperanza, una campaña anticipadísima, tenemos una verdadera convulsión electoral para el 2009 que despierta los más variados temores: desde un fraude electoral hasta la ocurrencia de un magnicidio.

Lo que sí es cierto es que muy difícilmente podrían cambiarse los engranajes productivos con los que cuenta el país en la actualidad, y siquiera intentarlo sería una maniobra en extremo arriesgada. Deben entonces, implementarse de manera urgente cambios en la actividad económica de la nación y cesar privilegios empresariales que rayan en las prácticas monopólicas abusando de su posición dominante o hegemónica en el mercado y en lo político.

No es la desigualdad el problema de nuestros pueblos, es la pobreza.

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