El Jugador
Fedor Dostoievski
Es una obra relativamente corta y si tomamos en cuenta la serie de acontecimientos que rodearon a su autor en la época en que fue escrita nos sorprendería aun más. Dostoievski había quedado recientemente viudo y había perdido a su hermano teniendo que honrar las deudas con los acreedores, tal situación lo dejó prácticamente en la ruina.
Dostoievski estaba obligado a publicar una novela en el lapso de un año, caso contrario el editor que le había facilitado liquidez financiera por anticipado se quedaría con los derechos de todas sus obras publicadas hasta el momento, era 1864 y la obra que entregó a los 10 meses fue El Jugador.
El personaje principal de la obra se llama Alexander Ivanovich, es un tipo muy inteligente, astuto, dominado por sus emociones, culto, conversador, enamoradizo y apasionado por el juego. Alexander Ivanovich no es un hombre acaudalado ni mucho menos pero sabe moverse muy bien en esos círculos formando parte de esas cortes o casas bajo la figura de consejero.
La riqueza y las deudas, los favores y las discusiones de los que viven grandezas – incluso no merecidas- generan las más variadas de las circunstancias.
Alexander se enamora de una mujer de clase alta y para ganar su amor planea hacerse rico con el juego, principalmente con la ruleta. No hay nada peor para una mujer rica que ver acabarse su fortuna. Es cuando más vulnerables se vuelven para ceder por el dinero. Para Alexander lo que separaba su amor inmenso de estar junto a Paulina era pagar las deudas de ella.
La vida cambia y el dinero facilita los placeres más mezquinos, locos e incontrolables.
Alexander Ivanovich quiere ser un hombre nuevo, alejarse del vicio y vivir dignamente porque el juego es un sube y baja que lo lleva a conocer la cárcel.
El jugador tendrá que vivir siempre con la espinita de su amada.
Frases que destaco:
Un gentleman no debe considerar el juego más que como un pasatiempo organizado con el único objeto de divertirle.
Desde hace cierto tiempo experimento una viva repugnancia a aplicar a mis actos y pensamientos una autocrítica moral.
La idea de que comenzaba a jugar por cuenta ajena me desconcertaba. Era aquella una sensación muy desagradable de la que tenía prisa de liberarme.
Hago tan poco caso de tus sentimientos, que todo lo que puedas decirme o experimentar me tiene absolutamente sin cuidado.
Una ansia extraña se apoderó de mi.
¿Por qué necesito dinero?, me pregunta usted. ¡Qué pregunta! ¡Porque el dinero lo es todo!
Estamos en vísperas de acontecimientos decisivos.
Todavía no había ganado, y ya obraba, sentía y pensaba como si fuese rico y no podía imaginarme a mi mismo de otro modo.
Cualquier persona de mediano juicio descubre inmediatamente esa frívola mezcla de amabilidad de salón, de desenvoltura y jovialidad.
Hacía toda clase de esfuerzos para parecer lo más estúpido posible.
Presenté la dimisión irrevocable de mi cargo de amante.
Experimentaba entonces una voluptuosidad irresistible en recoger los billetes de banco, cuyo montón aumentaba ante mi.
Quería impresionar a la galería con mi loca temeridad.