Ciudad de México, agosto de 2003

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En el Zócalo

México D. F es una ciudad increíble. Iba aburrido en el avión, no llevaba a nadie al lado. Cuando escalamos en Guatemala se subió un señor y se sentó a la par mía, recuerdo que al nomás verlo pensé que debía ser hermano del General Mauricio Ernesto “El Chato” Vargas a quien había conocido yo en mis años de bachillerato en una charla que dio sobre el conflicto armado y el proceso de paz en El Salvador…

Me dio la impresión de que ese señor viajaba mucho y de que en cierta forma el tedio de esa rutina le jodía la vida. La cosa es que nos pusimos a platicar (porque yo padezco mucho de ese mal) y según me contó, era ejecutivo de una empresa de materiales para combustión. Me habló un poquito de su familia, de que tenía una hija que se llamaba Mónica De Avila y que ella trabajaba para Noticieros Televisa (…) y reparé en que le faltaban dos dedos de la mano derecha. Cuando me vio que le observaba su mutilación procedió a contarme con orgullo que los había perdido en una planta de Sudáfrica cercenados con el peso de una caldera que le cayó encima cuando le hacían reparaciones. Me habló de las numerosas oportunidades de negocios en su rubro dadas las hartas propiedades de la palma de coroso y de cómo a los americanos les gustaba utilizar aquella especie de carbón para sus barbecues. Fue muy interesante conocerlo.

Cuando uno va llegando se ven los bochos a lo lejos, minúsculos. No se distingue dónde putas comienza y dónde putas termina la megalópolis.

¡Mexicanos aquí, extranjeros acá! Nos gritaba un policía a los que esperábamos turno para pasar por migración.

Luego de ir a por mis cosas me revisaron el equipaje y me pidieron el pasaporte unos chotas y cuando vieron que era salvadoreño me detuvieron como diez minutos y me hicieron esperar como que por joder, pude notar un cierto aire de menosprecio hacia mi raza. Cuando exigí una explanation por el contratiempo que eso me ocasionaba me dieron de mala gana mis papeles y me fui a la shit.

Era el horno que es esa ciudad en agosto y ya tenía hambre, pero tampoco quería demorarme mucho porque tenía que llegar a Puebla. Salí del Benito Juárez rumbo a la Terminal de Autobuses de Puebla y Oriente (TAPO) y por la prisa se me olvidó cambiar algunos dolarucos. El tipo de cambio estaba en ese entonces en los NM $10.87 por unidad estadounidense.

Un taxi de cabina me hubiera cobrado unos 120 pesos pero no, me subí en uno que me ofreció un maje que estaba allí a la salida, en la calle, le pregunté cuánto iba a ser y me dijo que me subiera que no me preocupara. Me subí un tanto cansado de jalar esas putas maletas que pesaban un vergo. Ibamos platicando con el chofer y le pregunté de nuevo cuánto me iba a cobrar la carrera, me dijo que “noventa” y yo a manera de agradecimiento por su fineza le iba a dar un billete de a $20. Entonces seguimos platicando y le dije “noventa” son como diez dólares ¿verdad? y él me corrije diciéndome no, “noventa” son noventa dólares.

Asustado y encachimbado le dije que se dejara de jodas que eso era un abuso y que la terminal no estaba a más de 15 minutos, que en metro me costaría la ridícula cantidad de 2 pesos llegar hasta San Lázaro. El muy hijueputísima detuvo la Chevrolet Suburban y se dio la vuelta para mirarme a los ojos y me dijo que si no me gustaba la tarifa que le diera ten dollars y que me bajara. Cuando vi por las ventanas la zona en la que estaba hubiera sido comida de trompudo para ese montón de auténticos delincuentes que me hubieran desvalijado hasta los rellenos de las muelas.

Entonces le dije “mirá hijueputa llevame a la terminal y te voy a dar $30. No me hinchés las pelotas o me voy a una delegación a presentar mi denuncia”. Al cabrón se le enjutaron los huevitos cuando vio que en mi mano sostenía su puta credencial del IFE (Instituto Federal Electoral) que la había encontrado tirada en el asiento, seguramente él la había dejado olvidada por algún descuido. Le demostré que ser salvadoreño es ser cabrón. Me dejó como a una cuadra de la terminal y del otro lado de la calle, nos despedimos con una emotiva puteada mutua.

Una vez en la terminal, las maletas me habían jodido el hombro y un bicho buena onda me ayudó, le pedí su celular para invitarlo a comer a manera de agradecimiento una vez regresara a la ciudad. Nunca me respondió una llamada. He olvidado su nombre. Creo que se llamaba Emilio.

De regreso en la big city (después de un tormentoso viaje en bus y con un vergo de encargos para traer a casa) no andaba los números de teléfono de mis amigos. No había un puto cibercafé abierto en la terminal porque era domingo y era noche. Ya casi no me quedaba efectivo, compré una tarjeta Lada y llamé larga distancia a Manuel Martínez y le di un par de instrucciones en un santiamén:
– Mirá cerote oí lo que te voy a decir, agarrá un lápiz y un papel, anotá. Y le di mi email y mi contraseña, que se zampara, que copiara los teléfonos y que le iba a llamar en 10 minutos para que me los diera. Dicho y hecho.

No me contestaban en ningún lado. Quíjosdeputa – pensé-. La sofocation se me fue minutos más tarde cuando escuché la voz del MP (Mario Planas), resultaba que la Julita cumplía años y que se lo estaban festejando y bla bla bla.

Con la direzione en la mano, pagué un taxi y jalé con destino a Av Universidad Altillos 910. Ahí cerca de la estación Miguel Angel de Quevedo en la Delegación Coyoacán donde pasé muchas de mis tardes viajando en metro por aquellos días, cerquita también de la La Casa de Los Comediantes contiguo a la rosticería (casi) donde atendía aquella cipota que tenía una sonrisa bien mexicana.

Fui a la Catedral Metropolitana, al Palacio de Bellas Artes, al Ángel de la Independencia, caminé por Reforma, aprecié el Hemiciclo a Benito Juárez, estuve en el Monumento de La Revolución, la Basílica de Guadalupe, a la Pinacoteca Virreinal, el Auditório Nacional, estuve en la Casita Azul donde vivió Frida Kahlo con Diego Rivera, al Museo del Papalote, compré un par de babosadas en Tepito y en el mercado de San Juan de Letrán, jugué ajedrez en la estación de Hospital General, paseé por los bosques de Chapultepec y al ver el castillo me volví a acordar de las palabras del general y me acordé de estas dos cosas después cuando el expresidente Fredy Cristiani nos dio aquella charla en la universidad, sobre la tan añorada paz.

Basílica de Guadalupe

Museo Frida Kahlo

Palacio de Bellas Artes

Hemiciclo a Benito Juárez

Fui a aquel antro, el Dry, donde estaban aquellos viejos verdes de pisto bebiendo whiskey en una salita de estilo minimalista y le hablé a una de esas bellezas de mujer que los acompañaban y que con su vocecita me dijo al oído “cobro cinco mil pesos la noche” y con esa cifra mandó a la mierda el espectáculo de los salseros en vivo. Cuando salí de allí, recogí una piedrita para acordarme siempre de ese momento, lo había visto en una película de Brendan Fraser. De ahí me fui a otro antro donde había un potro mecánico para los que se querían subir y ganaban tragos si aguantaban no me acuerdo cuánto tiempo. Otra noche fui a aquel barra show donde la mayoría de las putas eran venezolanas.

La tarde que conocí al maestro Gustavo Vargas me volví a acordar del general así como me acordé de él cuando le mandé el primer email a Alejandra. Como los jugadores vieron que era bueno, me recomendaron jugar en otra mesa donde había un mejor nivel. Para resumirles esta parte, aposté un peso en cada partida, ya era noche para entonces y me fui a la casa con cincuenta pesos perdidos pero todavía me quedó para comprar la camiseta verde con la cara del Subcomandante Marcos. Lástima que ya no pude aceptar la invitación de Gus para ir a la arena de lucha libre para ver pelear a su primo.

Con el maestro Gustavo Vargas

No voy a escribir de cuando fui a una de las Librerías de Ocasión y donde en el área de segunda mano encontré el ejemplar de Jaime Sabines que Telmex había auspiciado. No voy a escribir al respecto porque me hace acordarme de la sonrisa de Mariana cuando me habló de Jaime Sabines y su poema “Canonicemos a las putas” en aquel restaurante italiano El Veneciano en el municipio de Boca del Río en Veracruz. Tampoco voy a contar la anécdota de mi encuentro con el payaso Poly, solo les voy a dejar la foto.

Con el payaso Poly

Las librerías Gandhi son fabulosas, allí compré los libros que nunca voy a ver en las librerías del pulgarcito. Los ejemplares de Inmannuel Kant sobre la Crítica de la razón pura y los tomos de Das Kapital de Marx con los que pude responderle de tú a tú a mi queridísimo Dr. Arturo Cruz.

Uno de los mejores días de mi vida fue cuando visité las pirámides de Teotihuacán. Este es el plato fuerte de esta historia:

Iba como con NM $500 en la bolsa, un jeans celeste Polo Ralph Lauren que me quedaba socado de la cintura, vestido con una camisa chapina, una chumpa que me había regalado mi madre traída de uno de sus viajes y llevaba puesto un gorro que compré en San Juan de Letrán (ese gorro se lo regalé a mi papá y a saber qué putas lo hizo). Traía, digamos que una pinta muy cómica.

Comencé a recorrer el sitio arqueológico (…) la cosa es que se me acercó un vendedor y me ofreció una ranita tornasol labrada en obsidiana, era muy linda, pensé que sería un buen recuerdo y además parecía algo típico del lugar porque antes que a mi el maistro le había vendido una a la gringa que venía con su hijo delante de mi. Negocié y se la compré como en tres dólares (casi la tercera parte del precio inicial). Ya tenía mi souvenir. Seguí caminando.

Iba por el Paseo de los Muertos cuando otro vendedor se me acerca con un repertorio de collares y me dice “Hey! You! Japan, Japan” y yo lo observaba y seguía caminando, me ofrecía los collares y las pulseras y yo negaba con la cabeza sin decir nada, “hyaku, hyaku pesos” – lo escuché decir- y me dio risa porque era un precio ridículo por una pulserita mierda, el tipo al ver que su japonés no funcionaba conmigo me dice en inglés cambiando de artesanía ahora ofreciéndome un elaborado diseño hecho en hojalata, “fifty dollars Mr.”, negué con la cabeza al mismo tiempo que comenzaba a interesarme un collar que vi y el tipo como buen vendedor lo notó, me dice “zwanzig, zwanzig dollars” hasta que decidí hablar y le dije “soy salvadoreño, ¿cuánto por éste?” y me dijo que quince pesos, jajajajaja. Gran diferencia. Me fui alegre por el pasaje ese y también me di cuenta que esos vendedores son políglotas y bien buxos.

Ese collar se lo regalé un par de años después a una fotógrafa española que conocí, se llamaba Hanna Quevedo, se lo regalé la noche de un nueve de julio y a la fecha de hoy no sé si me arrepiento. Uno va por la vida dejando pedacitos de sí que se esparcen por el mundo.

Llegué hasta donde comienza la Pirámide del Sol y me dio hueva comenzar a subir porque habían unos niños subiendo con unos lacitos (se miraban bien lindos) siguiendo a sus maestras, entonces a un lado había un vergo de mara sentada en el suelo prestándole atención a un viejito que parecía el papá de Indiana Jones. Me fui de metido a ver qué putas estaba diciendo el viejito y me puse intencionalmente atrás de una cipota bien guapa. Eran estudiantes de arqueología de la UNAM. El viejito explicaba que habían 365 escalones, uno por cada día del año, de cómo sufrió un corte en su estructura por error de excavación, los seis niveles de la pirámide, de lo místico y sus poderes curativos, de las propiedades acústicas en su cima, etc. A todo esto yo va de vigiar a la bicha que ya había notado su presencia y hasta una medio sonrisa le hice. Comenzó a murmurar algo con su compañera de a la par, se dio la vuelta y me dice “Where you from?” y le respondí “I’m from El Salvador”, después de escuchar mi respuesta volvió a murmurar con su cómplice y me dice “Do you speak spanish?” y le dije la verdad “Yes, I do” y comenzamos a hablar en español. No recuerdo esa conversación.

Me di cuenta de que los bichitos ya estaban arriba encaramados y que si no me ponía ducho yo para encaramarme ligero, iban a comenzar a subir el vergo de estudiantes así que me enruedé en esa misión y subí sin esfuerzo los 365 escalones. Estar allá arriba es una gran onda, uno grita y hay un eco que a saber de dónde sale porque todo es planicie. Grité la palabra ‘cerote’ solo para no ofender a nadie.

Allá arriba vi a un cabrón que grababa todo en un teléfono celular bien vergón, sacado de película, lo tenía en la palma de la mano y giraba 360°. Un par de bichas universitarias ya habían llegado y estaban descansando de la subida y también miraban al mamón ese. Le dije al ultraman ese “Anata ha nihonjin desuka?” y él dijo “hai, anata mo?”, yo dije “iie, el salvadorjin desu” no me acuerdo qué más nos dijimos pero fue muy breve, sonreímos y nos deseamos buen viaje. La cipota al ver que me comuniqué en oriental me preguntó en inglés “Where you from?” y la historia se repitió.

Fiqué un rato apreciando la panorámica, la gente comenzaba a bajar y poco a poco se fue (me fui) quedando solo, la gringuita que había sido la cliente predecesora en la venta de las ranitas me vio y quizás se compadeció de mi al ver que todos se tomaban fotos menos yo porque andaba sozinho y se ofreció a retratarme, ésta es la muestra.

En la cima del Sol

Yo ya le había echado el ojo a una europea que hubiera apostado que era alemana, estaba tomándose unas fotos en una posición bien arriesgada y peligrosa trepada de una de las paredes de la pirámide (qué huevos de bicha – dije-). Me le acerqué y le dije “Bist du von Deutschland?” y me dijo “nein” jajajaja nos sentamos y comezamos a platicar. Pasamos dos horas en la cima de esa pirámide hablando paja. Se llamaba Paulina Polak y era polaca. Años después se casó en Barcelona luego de pasar una temporada en Londres, Andorra y Luxemburgo.

Al final se fue y me tomó una foto. Es ésta.

Foto tomada por Paulina

Terminé de hacer el recorrido por el sitio con la Pirámide de La Luna, y ya me iba a la shit de regre, cuando me acerqué a la boletería no andaba pisto. Lo había perdido, la mierda esa costaba 25 pesos. Pedí ayuda a otros turistas, a la que cobraba los boletos, a los vendedores del pasillo de souvenirs pero nadie me quiso ayudar. Me pregunté por qué Dios no ayuda a la gente buena, yo sí le hubiera ayudado a alguien en mi situación.

No perdí la calma, estaba tranquilo, tranquilito, sabía que de alguna manera iba a regresar. Intenté vender la ranita pero nadie me la quería comprar, nadie. Puteé al mundo y me valió verga, me regresé a las ruinas a seguir viendo. Caí en cuenta que había una a la que no había entrado y era porque decía PROHIBIDO pero vi unas bichas y me acerqué a ver, traspasé la cinta y era el templo de Quetzalpapálotl, le pedí a una de ellas que me tomara una foto. Es ésta.

Templo de Quetzalpapálotl

Les pregunté si iban para el defectuoso después de allí y me dijeron que sí, les expliqué mi desgracia y les pedí ride. Accedieron. Las cipotas esas trabajaban para la Secretaría de Turismo y andaban haciendo unas tomas fílmicas para un spot. Pasé una hora más allí porque cuando yo ya me iba ellas iban llegando. Esperé y nos hicimos cheros.

Camino a chilangolandia había que pasar al exconvento de Acolman a hacer otras tomas. Fue la misa más rara que he visto en mi vida: un olor a humedad, a tierra aguada y la gente balanceándose de un lado a otro dando aplausos y pseudo cantando algo como en trance. Uy! que feo.

En Acolman

De regreso en la tierra de la lada 55 me llevaron a conocer la bolsa de valores, la embajada de la federación de Rusia y me llevaron a la glorieta de Diana La Cazadora, al Ángel de la Independencia.

Recuerdo que me pasé la calle sin mucho cuidado que digamos y me dice una de ellas “te van a apachurrar mi cuate” y yo le dije “así me paso yo la Autopista Sur, no te preocupés”.

Mis memorias.

Ciudad de México, 2003.

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Claudia

Le dije al ultraman ese “Anata ha nihonjin desuka?” y él dijo “hai, anata mo?”, yo dije “iie, el salvadorjin desu”

????????????????????????????????????

Mariolinocopinol

este no me cuadro!

FaFa

Bueno, hago la traducción al español del comentario que nos escribió la amiga Claudia.

????????????????????????????????????( Anata mo? Uso! nihonjin ga moujin deshita. Hontou ni kono frog ga goku tsumaranai desu).

Tú también? Mentira! el japonecito estaba ciego. De veras que eso de la ranita estaba super aburrido.

Bueno, esa ranita es una cosa muy especial y nadie más que yo puede apreciar el valor que tiene. En la entrada no mencioné que esa ranita la mantuve siempre en mi mano, en todo momento hasta llegar a la casa en la noche. La compré también además por ser una rana (y una muy bonita) porque me recordaba a mi hermano René.

Gracias por tu comentario. Tu japonés es muy bueno.

Auf Wiedersehen.

Rafael Alejandro

Tocayo, veo que tú también eres políglota!, te felicito, merecés admiración!, jaja, y veo que ya estás bajando el tono en tus entradas (menos malas palabras), ta bueno, seguile que por ahí andamos curioseando de vez en cuando …, alup.

[…] de cortesía. A ver si algún día me acepta un café o una cena, conozco muy buenos lugares en Ciudad de México que podrían gustarle. Fue una noche de miércoles muy […]

[…] un poco afectado por el encuentro con el taxista hijueputa del mediodía vi mi reloj cuando llegué a la terminal del Puerto de Veracruz, marcaba las 6 pm. En […]